Formas de lo invisible (texto curatorial)

Cómo hablar de esas cosas comunes, cómo acorralarlas antes, cómo apartarlas, cómo arrancarlas a lo estéril a lo cual permanecen ligadas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen al fin de lo que existe, de lo que somos.
                                                                 Georges Perec

Puede ser difícil trazar la genealogía de todos esos actos mínimos en los que se apoya nuestra existencia. Son palabras, gestos, pequeñas acciones, objetos triviales que, sin que lo notemos, forman el sustrato del cual brota todo el resto de aquello que se considera relevante en la vida. Justamente, la motivación implícita de la exposición Formas de lo invisible parte de ese descubrimiento mínimo, para reconocer el valor de lo que ha sido dejado de lado, aplastado bajo el peso de la inconcebible normalidad.

Hace algo más de un año, empezamos un diálogo con las artistas sobre estos actos mínimos. Concretamos ahora en CECAL, y con apoyo de Bienalsur, este proyecto enfocado en un trabajo en distintos formatos que se esfuerza por reconocer lo que parece frágil e inasible. Sin embargo, al poner al descubierto y dar forma al poder contenido en estos gestos y acciones invisibles, se provoca también una pequeña emancipación. De pronto, esta exposición nos propone un recorrido inesperado donde los objetos y actos de nuestra vida comienzan a mostrar una fuerza diferente. Con mucho cuidado rescatamos esa sorpresa que se asoma a una nueva jerarquía íntima. Allí el poder recae, insospechadamente, entre quienes menor peso ostentan.

Materiales cotidianos

¿Cómo reconocer este nuevo campo de ejercicios de poder sin importancia? Formas de lo invisible propone distintas aproximaciones. En primer lugar, podemos considerar el uso de materiales y objetos sin valor. Gimena Castellón Arrieta otorga presencia al cartón, material de uso diario que suele ser empleado como contenedor para el traslado de mercancías. A través de un trabajo cartonero, por así llamarlo, alude a la vida de un material que une el consumo con la pobreza: ese envoltorio que descarta el comercio yace cada tarde en las veredas de la ciudad como un recurso de vida para quienes no tienen nada. De pronto, ese giro transforma la apropiación en una llamada personal. Sobre el cartón convertido en telón de fondo, se concibe también la imagen proyectada de un esfuerzo físico; un paisaje atravesado por el paso lento de la artista que arrastra su peso por el agua en la obra Nada me une a mí mismo.

Acercarse. Mirar de cerca. Reconocer lo que está botado es también parte del trabajo de Jimena Brescia quien explora una convivencia con la materialidad de nuestros espacios de vida. En sus acciones de restitución lúdica y corporal aparecen fragmentos de la ciudad, formas de vida que la artista recoge de los alrededores de la galería para reunir un muestrario inquietante. Lo familiar y lo extraño se mezclan en las piezas desplegadas en la sala como formas supervivientes de una arqueología afectiva. Porque esos gestos marcados por otras manos que aún permanecen sobre los restos materiales, son indicaciones de una relación íntima ya perdida. Alguien usó esto, alguien construyó algo aquí– nos sugieren estas piezas. Enfrentados entonces a una estética de los fragmentos, comenzamos a apreciar estos restos como pedazos que guardan las huellas físicas de usuarios previos y, sobre todo, como señales que prometen una nueva transformación.

La apropiación de una diversidad material también aparece en las trenzas realizadas por Virginia Guilisasti junto a otras doce personas. Coirón, fieltro, algodón, huiros, ¡intestinos animales incluso! Desdeñables en sí mismos, estos materiales cobran fuerza por el trabajo colectivo que evoca el mismo gesto de una madre que trenza el cabello de su hija cada mañana para conservarla en la memoria. Un gesto nada importante… aunque totalmente fundamental para sostener el afecto materno filial durante el “tiempo de espera”. A través de la intimidad de esa memoria recuperada, trece trenzadoras inician una nueva convivencia con la materialidad que nos rodea y elaboran con sus manos estos objetos en la intimidad de sus propias experiencias. La construcción material del recuerdo se transfiera a las 2.160 trenzas que componen esta instalación que reúne el trabajo equivalente a seis años de espera: una trenza cada día.

Un lugar llamado cuerpo

Si, como hemos señalado, la revaloración de los materiales cotidianos es parte de Formas de lo invisible, consideremos ahora el protagonismo que asume aquí el cuerpo a la hora de desarrollar las obras de cada una de las artistas. Sin distancias, el cuerpo aparece como el lugar de encuentro, el umbral desde donde conectamos con el mundo físico y emocional. El peso, la dureza, la suavidad, el frío, el dolor, el amor: todos los rasgos del territorio afectivo y palpable de nuestros gestos y acciones invisibles recaen en el cuerpo. En el trabajo de Jimena Brescia se puede seguir una acción escénica que mezcla la danza, el contacto, el hallazgo. El cuerpo de la artista explora el mundo circundante como si fuese una combinación de volúmenes diversos, escenarios y ruinas con los que hay que bailar, chocar, sentir. La interacción palpable de los cuerpos en un espacio en demolición, tal como aparece en su video Curación, nos muestran una coreografía que asume somáticamente los espacios que conforman una vivienda. Porque nuestro entorno está plagado de elementos que completan, amplían o restringen la acción corporal, desde la disposición de una escalera para descansar, hasta el levantamiento de un muro para separar.

En el caso de Gimena Castellón Arrieta, es el propio cuerpo el que se asume como un canal del esfuerzo “político” para la realización de un acto cotidiano –caminar por ejemplo– que, de pronto, se confirma como un acto de escenificación reivindicativa. Caminar, desplazarse, seguir, persistir parecen todos actos de un mismo modo de aparición en una obra como Nada me une a mí mismo, donde la artista construye una imagen de la voluntad sostenida. La reafirmación desde la que el cuerpo sigue adelante y se sostiene en el avance. Caminar sobre la calma superficie de una laguna hace resonar el fluido de los pasos. Y la inclinación del cuerpo que desplaza una carga a través de las aguas, nos recuerda a Sísifo en su lucha contra la adversidad de la existencia. Solo que aquí su fuerza subsiste gracias a una persistencia sutil.

Por último, en esta infiltración del cuerpo como una realidad perteneciente al ámbito de lo doméstico, podemos entender que Virginia Guilisasti arma la conciencia de su práctica desde la ausencia del cuerpo amado. “La ausencia es la presencia más fuerte” se lee escrito sobre el muro. Es la ausencia de la hija amada, es la ausencia de esa persona querida a la que no alcanzamos a suministrar nuestro cariño porque la distancia se interpone. La trenza que los dedos elaboran es la metáfora del contacto real con los cabellos de esa niña lejana. La instalación Tiempo de espera busca la materialización de ese cuerpo ausente.

Lo que nos pasa desapercibido supone, entonces, un replanteamiento de lo que tenemos por seguro. Formas de lo invisible rescata momentos de lo cotidiano, acciones invisibles para sostener el mundo en su funcionamiento secreto. Son formas que compartimos todas y todos y que, sin embargo, permanecen en la penumbra. Es la administración de un poder frágil que da forma a esta política de lo invisible; una política cotidiana sin otra ambición que no sea la de cuidar, persistir, estar.

Curador “Formas de lo invisible:”

Pedro Donoso







 

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